jueves, agosto 13, 2015

Sabios, firmes y libres

Y volvió la libertad tras cuatro años de tiranía despótica. La pseudo-prohibición llegó a su fin y regresó la fiesta de los toros con su arte, con su emoción, con su intriga, con sus únicos valores, con sus sanas disputas, con su habitual polémica. Volvieron los toros a Illumbe con partidarios y detractores, como siempre ha ocurrido, pero con una tremenda fuerza por parte de los primeros. Lo vio la televisión estatal, cansada ya de dar la espalda a la tauromaquia, obligada a satisfacer así a millones de aficionados que hoy se tornaron en televidentes. Los niños, los jóvenes, los adultos y los ancianos vieron los toros en La 1, como antaño. Y se fomentó la denostada afición a la que Lorca juzgó la fiesta más culta del mundo.

Se acudió masivamente a la plaza y se vitoreó el habitual eslogan durante el paseíllo: Sí a los toros. Se ovacionó a los toreros; unos de oro, otros de plata y otros de azabache. A quienes renunciaron a derechos televisivos para que toda España sintonizara La 1 a las seis de la tarde. Se apoyó el derecho a la libertad, a disfrutar de un arte efímero y sin igual, a emocionarse con el poder de una fiera, con el valor de un héroe.

Y con las gentes emocionadas, cuando el regreso de los toros a San Sebastián se había hecho al fin una realidad, salió el primer Torrestrella. Venía de una ganadería sin igual, única en sangre, pero no fue Soleado una gran prueba de ello. Su comportamiento fue el de un toro muy justo de fuerza que se enfrentó al matador más apropiado para la ocasión, don Enrique Ponce, maestro indiscutible. Hoy vimos las dos facetas del valenciano: su lado más académico, el de un médico con amplia experiencia, que cuida a sus pacientes y sólo les exige esfuerzos llegado el final de su vida, y el de un intelectual taurómaca, un sublime entendedor de sus oponentes. La sapiencia en tiempos y distancias ante el abreplaza valieron una ovación. Ante el cuarto, tanta inteligencia provocó riña con el necesario peligro, y la emoción salió tan mal parada de la disputa entre la razón y el sentimiento que la faena fue fría. En el pico, los excesivos alivios y la enorme muleta se apoyó el de Chiva para encumbrarse en un alto metafórico que pocos toros logran alcanzar -sólo aquellos con inusual fondo-. Se fue Cumplidor al corral con una oreja puesta, y paseó la otra Ponce tras generoso premio dada la noble movilidad de su antagonista.

La irreprochable actitud de Manzanares ante su primero sí sembró las semillas de la emoción, y de todos es sabido que de aquellas florecen ovaciones sentidas. Recibió una del estilo como recompensa a su firmeza frente al segundo torrestrella de la tarde. Ajustó las plantas y pisó terreno peligroso, recibiendo dos volteretas que pusieron al toro la corona de Rey. Mandó en el ruedo Barbacana porque nunca se le exigió. No vio en el torero esa mano baja que necesitó, y se vino arriba sacando un fondo inesperado. Corrió un velo y olvidó su pobre pelea en varas. De ese tercio solamente se acordó del insuficiente castigo, y lo hizo para sentirse más vivo de lo debido y poner a cada uno en su sitio. Un espadazo nada sorprendente del alicantino lo mandó al desolladero bajo un silencio de sepulcro. El sí sorprendente valor de Manzanares se esfumó en poco menos de una hora, para dejar paso a la tendencia periférica y rectilínea del alicantino. Llegó el clásico empaque, el adorno de la figura recta, firme y estética, de la mano de la vil mentira del pico y el descargue sistemático de la suerte. Nulo al natural, que no precisó ni justificación. Dejadez, pasotismo. Sólo hubo uno mal dado que sirvió para violentar al toro y tomar la excusa fácil. Culpas al bicho y adiós muy buenas.

No hizo falta convencer a López Simón de que necesitaba salir a por todas. Que Madrid y Pamplona son plazas importantes, pero los contratos deben ganarse día a día con actuaciones en el ruedo, aunque ciertos empresarios -como los vecinos de San Sebastián- no se quieran enterar. Salió Alberto a comerse el mundo ante el abanto con que se estrenó en Illumbe. Firmeza en estatuarios muy josetomasistas, muleta en la cara, tiempo justo y fin de la huida. Dos tandas después de meterlo en la muleta con inteligencia, el madrileño tuvo que ver cómo Vinatero volvió a tomar el camino de la fuga y perdió soltura. Se apabulló. Tomó la espada con prisa, como si hubieran pasado más de diez minutos desde el primer pase. Mató al encuentro sin pretenderlo y anduvo impreciso con el descabello. La afición, paciente, le tocó las palmas con clara función alentadora. La idea de los estatuarios le gustó y la repitió ante el cerraplaza, quizá equivocado, porque fue el sexto un toro que pidió distancia, sitio, mano a media altura, exigencia justa, acompañamiento más que mando. Tampoco fue la tonta del bote, pero sí fue manso como un buey, y cantó la gallina para retirarse pacientemente hacia las tablas, donde murió tras dos pinchazos y un espadazo. Ya había cumplido su función: la de permitir a López Simón arrimarse, pisar un terreno de vértigo, plantar los pies y decir aquí estoy yo. Murió el sexto y cerró una tarde de libertad. De regreso de una libertad vilmente robada y afortunadamente recuperada.

Seis toros de Torrestrella, en líneas generales armónicos, bien presentados, sin exageraciones:
Enrique Ponce (azul turquesa y oro): Ovación y oreja tras aviso.
Manzanares (negro y azabache): Ovación y silencio.

López Simón (azul marino y oro): Ovación y ovación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario